lunes, 22 de agosto de 2011

[oneshot] khr: as the dew


¡Amo el D18! *sale a la calle revoleando un poncho mientras lo grita (?)*
L'Arc~en~Ciel: Love flies
En casa -w-


Título: As the dew (gracias a mi sobri lemda Aeli que hizo que me gustara el título xD)
Pairing: Mi hermoso, adorado y alabado (?) D18 ~♥
Resumen: Un día de lluvia puede terminar en un juego de dominación (?).



As the dew
Me pregunto cuándo empezó todo…
Cuando empecé a sentir esto…
Cuándo me empezó a molestar tanto aquel caballo saltarín…

Creo que fue aquel día de lluvia… En que una tormenta azotó la ciudad de Namimori…


Dino y Kyoya estaban entrenando cuando una molesta lluvia apareció en medio. Eso no impidió a que siguieran con su rutina de ejercicios, pero Dino pidió un receso cuando la visibilidad se volvió casi nula.
Refunfuñando, Kyoya hizo caso y ambos fueron a la sala de recepciones donde se alojaba el comité disciplinario liderado por el morocho.

- Es una suerte que Romario haya previsto que iba a llover y nos haya dejado ropa, ¿no, Kyoya? - Su alumno estaba de espaldas a él, secándose el cabello con una toalla. En cambio, su ropa, seguía empapada -. ¿No vas a cambiarte?
No recibió respuesta.
Kyoya sentía que su corazón latía como un animal en cautiverio que buscaba la libertad y sabía que si se daba vuelta y lo miraba, ese sentimiento sería muchísimo peor.
- ¿Kyoya?
El repique de su voz en sus oídos le hacía mal.
Escuchar su nombre proveniente de aquellos labios le hacía mal.
Aquellos labios que tanto añoraba saborear. Se sorprendió a sí mismo por el sólo hecho de que tal cosa se le cruzara por la mente. Frente a los ojos de Dino, negó con la cabeza.
- ¿Sucede algo? – Preguntó el rubio, acercándose a él con una tercera toalla -. ¿Tienes frío?
Calidez.
Eso fue lo que sintió Kyoya, cuando Dino lo abrazó, atrayendo la toalla hacía el cuerpo de su pequeño alumno. El morocho se zafó rápidamente del agarre y se acercó a uno de los sillones, bajo la mirada del mayor.
- Kyoya…
- Ya vete.
- ¿Sucede algo? – Repitió el rubio, acercándose a él con sigilo -. ¿Tienes fiebre?
Dino volteó el cuerpo del morocho y posó sus labios sobre su frente. Kyoya sintió cómo su corazón latía a una velocidad inexplicable, por lo que ignorando el por qué de esa reacción, lo apartó de un suave golpe en el pecho.
- Que te vayas. Estoy bien – El presidente del comité de disciplina, se sentó sobre el sillón y lanzó un suspiro
- No voy a dejarte solo – Le dijo Dino, tomando ambos extremos de la toalla que descansaba sobre los hombros de Kyoya y poder de ese modo, atrapar sus labios con dulzura -. Ti amo, Kyoya.
- ¿Q… Qué…?
Se sintió estúpido. No entendía una sola palabra de italiano. Dino rió.
- Que te amo - Se sintió el doble de estúpido ante la risa del rubio al ver su expresión de sorpresa -. ¿Qué tiene de raro?
- Tu cabello.
- ¿Eh?
- Sécate bien el cabello.
El morocho alzó ambos brazos para peinar hacia atrás el cabello del adulto, quien sonreía ante tan inocente acto.
- ¿Ya está?
- Uhh… Sí…
No podía mirarlo. Su mirada lo hipnotizaba.
- Kyoya…
El rubio agarró de nuevo la toalla, acercando el rostro de su alumno al suyo, pero, a diferencia de la primera vez, las manos del morocho lo acompañaban en el acto. Sus mejillas estaban rojas, pero no podía evitarlo. Qué más daba si escuchaba los latidos de su corazón en ese momento.
Se sentía estúpido: lo amaba.
Ese sentimiento fue plasmado en el beso que se dieron. Pequeñas muestras de afecto, seguidas por risitas por parte de Dino al ver las sonrojadas mejillas del menor, quien terminó por rendirse ante el agradable sabor de los labios del «caballo salvaje».
El rubio soltó la toalla y observó con detenimiento la reacción de sus acciones. Kyoya Hibari, el más poderoso de los siete guardianes de la familia Vongola prácticamente tirado sobre el sillón, agitado, gimiendo, y todo por él. Poseído por un deseo sobrehumano, se lanzó hacia el cuerpo del muchacho, como un lobo queriendo devorar su presa. Acaparó sus labios con fiereza. Kyoya, entre sorprendido y abrumado por el aumento de adrenalina, no sabía qué hacer, hasta que, reaccionando ante el poder que estaba adquiriendo Dino sobre su cuerpo, lo agarró de la camisa y lo alejó, para luego, sentarse ambos en el sillón y colocarse encima suyo.
- No vas a dominarme.
- ¿Me estás probando?
Los ojos de Dino brillaban, al igual que los de Kyoya. Qué saldría de eso, sólo ellos sabían y las paredes de la vacía secundaria sería su único testigo del hecho.
- ¿Por qué no? – Susurró la voz de Kyoya -. Vamos, domíname.
- Si eso es lo que quieres…
La mano de Dino agarró la corbata mojada de Kyoya que descansaba sobre la mesa ratona frente a la mesa y se levantó. Se paró frente al morocho, quien lo miraba con curiosidad. Se acercó a él y ató sus manos con la corbata.
- Oh… ¿Con esto crees que me dominaste?
- Claro que no, pero no falta mucho para que caigas rendido a mis pies – Dino se acercó al oído del morocho, mientras le desprendía la camisa que llevaba -. Para que me supliques…
Su voz le lastimaba. Llegaba a lo más profundo de su ser y lo lastimaba, pero por algún motivo, quería escucharlo susurrar sobre su oído, disfrutaba ese tipo de dolor.
Los labios de Dino besaron suavemente los suyos. Lentamente, bajó por su cuello, haciéndole cosquillas. Marcó su cuello incontables veces, para que todo aquel que lo mirara se diera cuenta que le pertenecía solo a él.
Con lentitud, despojó a Kyoya de su pantalón. Rió cuando bajó la vista. Estaba en el mismo estado que él.
Siguiendo con su tortura, Dino llegó al bajo vientre del morocho, quien sintió que no sólo sus mejillas, sino todo su rostro se volvía rojo. El rubio lanzó una risita y quitó la última prenda del muchacho.
Besó la punta del miembro, y sintió que el cuerpo de Kyoya tembló. Sonrió. Lo estaba domando.
El morocho sintió que tocaba el cielo con las manos cuando Dino introdujo su miembro en su boca. Por un lado lo disfrutaba, sentía que se estaba volviendo loco, pero por el otro, aquella locura lo estaba matando, quería que se detuviera, pero no podía pedírselo, de sus labios no salían palabras, sólo monosílabos aprobando la labor de Cavallone. Y tampoco podía apartarlo. Al fin había encontrado una respuesta al por qué de sus manos atadas.
En ese momento, se dio cuenta que Dino lo domaba.
Culminó sobre su cuerpo. Pero cuando estaba seguro de que aquel acto había terminado, se equivocó, todavía faltaba el acto número dos.
Sintió dolor, molestia, pero estar bajo las manos de ese hombre, no le disgustaba en lo más mínimo.
Una intromisión en su entrada, dos intromisiones en su entrada. Suaves movimientos para que se acostumbrara a ello.
- ¿Estás bien?
El susurro resonó en la habitación.
- Ah… Sí…
Deseaba que aquella tortura terminara lo más pronto posible. Dino se levantó. Limpió cada uno de sus dedos con su lengua, mientras que con la otra mano, se desabrochaba el pantalón. El cuerpo de Kyoya se excitaba al recordar aquella lengua recorrer cada parte de su cuerpo.
El rubio agarró al morocho de la nuca y lo hizo hacia atrás. Colocó ambas piernas alrededor de su cuerpo y lo besó con pasión. Aprovechó aquella batalla para penetrar lentamente a Kyoya, quien abrió sus ojos con sorpresa, pero ningún grito iba a escapársele, ya que su boca estaba siendo ocupada por la de Dino. Miró al adulto a los ojos. Vio en ellos una mezcla de amor y pasión desmedida.
Cerró los ojos y se dejó llevar por el cruel momento.
- Exhala, Kyoya – Le pidió Dino entre risas.
- Como si fuera fácil… No eres tú al que lo están…
Dino acaparó los labios de su alumno.
- Lo siento – Lo abrazó con dulzura y desató sus manos. Lo besó nuevamente -. Lo siento, pero te amo.
- ¿Qué clase de…?
Deseaba hacerlo. Deseaba sentir que era una sólo con la persona que tenía en frente. Aunque significara poner en peligro su vida, se movió en su interior.
El morocho sintió que su cuerpo se partía en miles de pedazos a cada estocada que le propinaba Dino. Se aferró a su espalda, arañando a su dueño, para que de algún modo sintiera el mismo dolor que él. De a ratos, sus labios se encontraban, gemían al unísono, y al poco tiempo, de algún modo, el cuerpo de Kyoya se había acostumbrado al de Dino, aunque le doliera, sentía que ese dolor era el más placentero que podía pedir.
Si eso significaba su muerte minutos más tarde, deseaba sentir a Cavallone, siendo los dos uno sólo como su última voluntad.
Un deseo egoísta, un deseo masoquista, un deseo placentero.
Kyoya clavó sus uñas al cuerpo del hombre cuando culminó en su mano, haciendo Dino lo mismo, en su interior. El clímax final fue seguido de la luz de un rayo que resonó segundos más tardes en todo Namimori.
Respiraciones entrecortadas, agitadas, eso era lo único que se escuchaba en aquel edificio.
- Oye, caballo idiota…
- ¿Sí? – Respondió Dino, hecho un ovillo entre los brazos de Kyoya, entre risas.
- Te… amo…
El aludido levantó la cabeza.
La lluvia había cesado y el sonido de la calma noche volvía a la ciudad.
- Yo también, Kyoya.


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